Zapatero y el alcalde les hacen la pinza a los jubilados

El vicepresidente Rubalcaba está nervioso y se le nota. Es algo tan insólito que estoy por pensar que si no existe un cuarto misterio de Lourdes que hable del asunto, debería haberlo.

Si alguien pensaba que Zapatero estaba hundido, ya se puede ir espabilando porque de eso parece que hay más bien poco. Vale, bien, todos lo creímos, pero porque se nos olvida que es como el malo de Terminator 2, que aunque te pasas toda la película pensando que de está sí, que de esta lo han matado, el tío resucita, se regenera y sigue dando la tabarra padre.

Cuando parecía que no había otro futuro para el PSOE que el de refugiarse en brazos de Rubalcaba, se monta la que se monta con el Faisán y la barba del súper vicepresidente comienza a oler a chamusquina. Sus ataques furibundos al PP, sus huidas de los periodistas, su anunciada ausencia del hemiciclo durante quince días y sobre todo sus no-respuestas cuando se le pregunta sobre el asunto del chivatazo revelan que está desbordado, que esto no se lo esperaba y que no solo es posible sino probable que Zapatero se la haya jugado: el sucesor se abrasa y él, que en el fondo nunca ha pensado en dejar el poder -ningún iluminado lo desea- y que ha conseguido pasar a un segundo plano de las críticas, se vuelve a presentar como la única vía de salida. Maquiavélico, sí, pero muy del Zapatero al que no le tiembla el pulso por dejar las cunetas sembradas de cadáveres de "amigos".
Prueba de que el presi no va con buenas intenciones es esa reunión de hora y media que ha mantenido con Bono. Se ve que al incauto de Rubalcaba -quién lo iba a decir- además de cargárselo a base de utilizarlo como escudo humano, pretende rematarlo por la vía psicológica: dándole celos. Crueldad suprema.

De cruel también se puede calificar lo que se les está haciendo a los pobres jubilados de este país: el Gobierno les congela el sueldo; la Junta de Andalucía utiliza sus pensiones arreglarles la vida a unos cuantos cuñados; la ministra Pajín no les deja echarse el pitillito en la residencia y ahora el Ayuntamiento de Madrid les prohibe apostarse los euros al cinquillo o al bingo, como si con lo que cobran pudiese existir alguna posibilidad de que por los tapetes de los centros de día se amontonaran los billetes de 500.

Los abuelos están que trinan y con razón. No se canta línea con la misma alegría si lo que vas a recibir a cambio son media docena de garbanzos: son mayores, no tontos de baba. Sin tabaco y sin su ratito de jugar a las siete y media a diez céntimos la apuesta, ya sólo falta que les prohiban bailar el pasodoble a lo agarrao para amargarles la vida del todo.

Como me veo venir la tostada de que, para cuando yo me jubile, si la seguridad social no ha quebrado es posible que haya pasado por allí algún listo y se haya gastado mi dinero -ese que Gallardón no me dejará gastarme en timbas de geriátrico- en abrir una cuenta corriente a nombre de algún familiar, hace unos días le pregunté a uno de los mayores expertos en pensiones de este país, qué era lo mejor, de cara a la vejez: si merecía la pena abrirse ahora un plan de jubilación, o invertir en bolsa, o comprar oro… Me respondió muy serio que, sin duda, lo mejor es morirse. Brusco, sí, pero a lo peor, hasta tiene razón.

Ely del Valle/El Semanal Digital.com